Por: Jaikel Homero Rodríguez Bayona.
Psicólogo Social de la UNMSM y Activista de la Red Peruana de Masculinidades/ Jaikelrodba@gmail.com
Reducir el problema del acoso sexual callejero a medidas simplistas e inmediatistas es no entender la dimensión y la naturaleza del problema. Para comprenderla es preciso entender diversos aspectos que forman parte de él: las víctimas (en su mayoría mujeres), los agresores (en su mayoría hombres), las normas, la cultura, los medios de comunicación, etc.
En este artículo nos centraremos en realizar un análisis desde una posición que complejiza a los agresores e intenta responder a la pregunta ¿Por qué los hombres acosan sexualmente en las calles? La comprensión y las respuestas a esta pregunta han sido diversas, desde atribuir algún tipo de patología, hasta naturalizar el acto señalando “que los hombres son así”.
Sobre el primer punto, creemos que el ejercicio de este tipo de violencia no está relacionado con una patología como se cree, pues si fuera así buena parte de los hombres sufriría de problemas mentales, pero no es el caso. La practican diversos hombres: obreros, estudiantes, escolares, universitarios, profesionales, taxistas, etc. En ese sentido, esa primera hipótesis queda descartada: los hombres no acosan porque estén locos o con desviaciones mentales (aunque pueden haber algunos casos).
Sobre la segunda creencia, que los hombres llevan en los genes esta necesidad incontrolable de acosar a las mujeres sexualmente, consideramos que tampoco es cierto. Si bien los hombres, al igual que las mujeres, tienen la capacidad y la necesidad de establecer relaciones y experiencias sexuales, no es de carácter instintivo que los hombres reaccionen ante un cuerpo de manera “perturbada” e “impulsiva”, viendo a las mujeres como objetos sexuales para satisfacer sus deseos sexuales.
La construcción de la masculinidad en general y, de manera específica, la sexualidad masculina están íntimamente ligadas a los valores y creencias de nuestra sociedad machista – patriarcal, que concibe la identidad de un hombre en marcada por una sobrevaloración de su sexualidad (hipersexualidad), su virilidad, que obedece al mandato de que los hombres siempre deben rendir sexualmente, y siempre deben desear una mujer. Otro de los mandatos de la sexualidad masculina es que debe ser irrefrenable, lo que implica que los hombres siempre deben desear sexo, que nunca pueden estar cansados para o simplemente no quererlo.
Por otro lado, la sexualidad masculina es una sexualidad mutilada, donde el placer es entendido y experimentado solo a través del pene y del coito, estando bloqueada la capacidad de experimentar otro tipo de placer sexual. Otra característica es la irresponsabilidad, que implica que los hombres no asumen las consecuencias del ejercicio de su sexualidad dejando todo cuidado y prevención a las mujeres.(1)
Finalmente, es una sexualidad violenta que se ejerce con hacia la pareja, ya que se da desde una relación de dominio y de posesión hacia el cuerpo femenino, esto es, tener relaciones sexuales cuando él quiere y como quiere, acosando a las mujeres en los diferentes espacios, incluido la calle, no asumiendo la salud sexual reproductiva como pareja, ni las paternidades corresponsables, etc.
A estas características, se suman otros mandatos culturales, que exigen a los hombres la capacidad de conquistar (cortejar, seducir), condición que debe ser demostrada en todo momento, sobre todo, frente a otros hombres. Cada uno de estos aprendizajes va llevando a los hombres a sentir que constantemente deben probarse como “verdaderos hombres” conquistadores, y hacer gala de su sexualidad de macho viril, conquistador y heterosexual, ya que es una forma de recibir aprobación a su hombría.
Dentro de todo este proceso, otro de los mandatos culturales implicado en el problema del acoso es que las mujeres son consideradas como objetos sexuales, cuyo rol es dar placer al hombre y que, por tanto, el cuerpo femenino pertenece a este, tanto en el hogar como fuera de él. Esta idea se va aprendiendo de diferentes formas, de generación en generación, pero también a través de los medios simbólicos como la música, el cine, los medios de comunicación, el deporte, etc.
En todas estas prácticas sustentadas por mandatos culturales, evidentemente, existe una relación de poder, o abuso de poder, del hombre en contra de la mujer. Este poder se sustenta en la idea sexista que establece que el hombre debe someter a la mujer, que este tiene más derechos que las mujeres y además derecho sobre ellas, su sexualidad y su cuerpo. Es desde esta posición, y desde los diferentes procesos de aprendizaje y socialización, que los hombres naturalizan o legitiman actos como la violencia sexual en las calles, en el trabajo o el hogar. La violencia sexual o acoso está presente en los diferentes espacios sociales, y son víctimas de esta las niñas, adolescentes, jóvenes, madres y, en menor medida, también niños y hombres.
Todas estas relaciones son legitimadas y sostenidas actualmente por una lógica del sistema capitalista, donde el gran mercado del cuerpo y el sexo tienen como principales consumidores a los hombres. Este sistema necesita de todo un aparato para seguir produciendo hombres ‘sexualizados” al borde de “la locura” que todo el tiempo piensan en sexo, y ven el cuerpo de una mujer como objetos y fuentes de satisfacción de necesidades irrefrenables de placer sexual. Así tenemos que las 24 horas del día y los 365 días del año los medios de comunicación (periódicos, noticieros, el mercado de los deportes, los autos, el cine, la pornográfica, etc.) están produciendo mensajes en los que, en los que por un lado, se muestran mujeres “consumibles” sexualmente, deseadas como cuerpos para el placer solamente y, por otro lado, “hombres instintivos” que reaccionan frente al “estímulo”.
Entonces, ¿cómo explicamos el problema del acoso sexual callejero, pero en general todos los problemas derivados de las relaciones de género y de un sistema social que sigue moviéndose bajo la lógica del mercado del consumo y la acumulación?
Al plantear alternativas de solución y pensar que los hombres son “naturalmente” así y que la medida más adecuada es la sanción solamente, o generar buses segregados para evitar contacto entre hombres y mujeres creemos que no se está atacando el problema de fondo. Consideramos que plantear una discusión de fondo supone, fundamentalmente, cuestionar un sistema social que socializa y entrena a los hombres de manera perversa y pone a las mujeres como mercancía o producto a ser vendido de acuerdo a la demanda del mercado del consumo (sexual, ropas, artefactos, automóviles, deportivo, etc.).
En este sentido, es importante pensar en medidas educativas, donde se trabaje una educación sexual integral desde la apertura y no la represión ni el tabú, que prepare a hombres y mujeres para decidir sobre su sexualidad de manera responsable, capaces de reconocer sus cuerpos, valorarlos y sentirlos. Una educación que apueste por la formación de hombres no misóginos, ni homofóbicos y lograr el compromiso de más hombres capaces de cuestionar el sistema patriarcal-machista.
Instancias como el Ministerio de la Mujer y el Ministerio de Educación deben tomar medidas políticas capaces de regular los mensajes y prácticas de los medios de comunicación que a diario cosifican el cuerpo de la mujer y mercantilizan el sexo. Es importante promover leyes que sancionen a los agresores; sin embargo, esta no debe considerarse como la única salida, ya que está demostrado que la sanción per se nunca es solución a un problema. Si dejamos de pensar en los hombres como seres instintivos, podremos plantear mejores alternativas de solución. Para ello, es clave repensarnos como seres sociales dotados de una conciencia y con juicio de valores, que solo se construye y reconstruye dentro de un sistema social.
Finalmente, la complicidad masculina, principalmente, coadyuva a que estos actos se normalicen. Lograr cambiar cada una de las creencias en los hombres requiere de esfuerzos de los diferentes frentes, desde el estado pero también desde el sector civil, y desde lo personal. Es una tarea fundamental empezar a cuestionarnos desde lo personal, pero también cuestionar las estructuras sociales que mantienen este sistema que oprime a muchas mujeres, y a los propios hombres en otras formas y medidas. Lo importante es empezar hacer todas las acciones posibles, no solo desde las mujeres, sino sobre todo romper esa complicidad desde los propios hombres (2).
(1) Se toma características señaladas por HERNANDEZ, J.C. 1995, Sexualidad Masculina y Reproducción. “¿Qué va decir papá?. Coloquio Latinoamericano sobre “Varones, Sexualidad y Reproducción”. Zacatecas-México, 17 y 18 de noviembre de 1995. En Ramos, M (2009)”Masculinidad y Violencia familiar”. Manual educativo. Manuela Ramos.
(2) Sobre este punto la Red Peruana de Masculinidades, desarrollo un experimento social donde al leer los comentarios al reportaje periodístico podemos ver cómo funciona la lógica de la justificación y normalización del acoso, y los hombres que cuestionan estos hechos son vistos como poco hombres, o homosexuales. Ver en https://www.youtube.com/watch?v=8tBabuMg7j4
(2) Sobre este punto la Red Peruana de Masculinidades, desarrollo un experimento social donde al leer los comentarios al reportaje periodístico podemos ver cómo funciona la lógica de la justificación y normalización del acoso, y los hombres que cuestionan estos hechos son vistos como poco hombres, o homosexuales. Ver en https://www.youtube.com/watch?v=8tBabuMg7j4
Buenas tardes, me gustaria reproducir este artículo en el portal Espacio360, respetando los créditos correspondientes. ¿Es posible? ¿Hay algún correo al que pueda escribirles?
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